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martes, 24 de julio de 2007

LAS IMAGENES DE LOS GRIMORIOS PAPA HONORIUS Y ENCHIRIDION PAPA LEON III

LAS IMAGENES DE LOS GRIMORIOS

DESDE HACE YA UN TIEMPO, HICE LA ENTRADA DE ESTOS DOS ESCITOS DE LOS GRIMORIOS NOMBRASOS CON ANTELACION, PERO COMO NO PUDE SUBIR IMAGENES, NO LAS SUBI, AL TIEMPO, GENTE ME LAS PIDIO, PERO LOS LIBROS NO LOS ENCONTRABA, HASTA EL DIA DE AYER, QUE LOS HABIA METIDO EN UN DISCO EXTERNO PARA IR RENOVANDO LOS LIBROS, AHORA QUE PUEDO, SUBO LAS IMAGENES, SIENTO LA ESPERA, Y A LA VEZ, ESPERO QUE OS SIRVAN DE ALGO, ATENTAMENTE.


GRAN GRIMORIO PAPA HONORIUS




Enchiridion PAPA LEON III (GRIMORIO)


jueves, 5 de julio de 2007

ULTIMAS IMAGENES // EN UN CEMENTERIO...// POEMAS, ANGELES DEMONIOS, Y VAMPIROS...

" EL SUEÑO DE LA RAZON, PRODUCE MONSTRUOS "
GOYA



...PERO TENED CUIDADO, PODEIS CONVERTIOS EN LAS VICTIMAS DE VUESTRAS PEORES PESADILLAS


POBRE VAMPIRO APESADUMBRADO

Pobre vampiro apesadumbrado,
despertó de su letargo, gélido aliento,
cruel y acongojado
desplegó eterno las negras alas al viento.

Deambuló solitario los tejados,
buscó un cuello donde regocijar
sus ansias.
Olvidar la eternidad.

Pobre vampiro apesadumbrado.
Pretendió agotar a su víctima
y acabó eternamente enamorado.


Viviana Álvarez


Ya estoy solo, mi amor. Tras el penoso
ascender por atajos y quebradas
domino la extensión del mar ruidoso,
cuyas olas se rompen en cascadas
al pie del farellón en que reposo.

El mar, la soledad... Allá la ardiente
fulguración del sol que ya declina,
y abajo un remover de espuma hirviente
y un chorrear de agua cristalina
que está corriendo interminablemente.

El mar y el cielo en lo alto separados
poco a poco se acercan, se confunden,
cual dos enormes cuerpos enarcados
y ya en el horizonte, ambos se funden
como en un beso dos enamorados.

* * *

Ya estoy solo, mi amor. Estar contigo
en esta soledad fuera mi anhelo;
solos ante el océano, al abrigo
de estas rocas y bajo este áureo cielo
que alegre ríe como un rostro amigo.

Tener sobre mi hombro reclinada
tu cabeza y posar en tus pupilas
mis ojos y beber la luz dorada
de tus pupilas verdes y tranquilas
que miran como un mar hecho mirada.

Tenerte aquí. mientras el mar desfloca
sus espumas jugando entre las peñas;
tenerte aquí, sobre esta erguida roca
y preguntarte suavemente: -¿sueñas?
y unir después mi boca con tu boca

* * *

Para decirte lo que mi alma amante
callada guarda, pues no halló el momento
de decírtelo a solas y anhelante
contarle todo, todo lo que siento,
quisiera estar contigo en este instante.

Aquí en la soledad, a la difusa
claridad del crepúsculo marino,
encendida en amor mi alma y confusa
de placer, te hablaría en el divino
idioma en que el poeta habla a su musa.

Aquí en la soledad, de esfe paraje
donde ojos no hay que miren a hurtadillas
ni oídos prestos al espionaje,
yo a tus pies caería de rodillas
como cae ante el ídolo el salvaje...

* * *

Ya estoy solo, mi amor. El viento azota
las olas que en rebaños tumultuosos
atropelladas van. Un barco flota
y abre y cierra sus remos luminosos
en un blanco aleteo de gaviota.

Y prefiero estar solo, amada mía,
porque allá al lado tuyo está el tormento
de ver que en todo hay un mirar que espía,
de hallar en todo un escuchar atento
que oye cuanto mi boca te confía.

Sí! Prefiero estar lejos del encanto
que de tu ser divino se desprende
y recordar tu imagen que amo tanto
mientras resuena el mar y el cielo enciende
las luminosas flores de su manto.

* * *

Porque en la soledad amplia y desnuda
que me envuelve, mi boca se liberta
de la mordaza que la tiene muda
y con gran voz te llama y no despierta
ni un eco hostil mi voz ardiente y ruda.

Porque en la soledad te llamo y vienes
ya mí te acercas llena de ternura
y me dejas besar tus blancas sienes
y el prodigio admirar de tu hermosura
sin que las ansias de mi amor refrenes.

Porque en la soledad con alegría,
vienes al lado mío y soy tu dueño;
porque en la soledad mi fantasía
realiza en tí su más soñado sueño
y en mis brazos te estrecho, y eres mía!

* * *

Va la luna bogando como una
barca que se tumbó del lado izquierdo.
Volveré por aquella blanca duna
y alumbrarán mi senda tu recuerdo
y la luz misteriosa de la luna.




El angel


Esta dura batalla de vivir nos embarulla..
Queremos abarcarlo todo con los brazos abiertos, extendidos y los ojos perdidos
en un horizonte circular que se aleja a cada paso que damos hacia él...
Estos ojos vueltos hacia afuera, siempre hacia afuera, tratando de descubrir la precisión de los contornos, la realidad de las imágenes.
Esta mente con su fichero numerado, catalogando cosas, actos, pasiones, sentimientos, gentes...
El trabajo es arduo, interminable, la balanza no cesa de pesar.
Ayer teniamos un jardin con mariposas, con charcos, con un ángel de conocido rostro que enlazaba la diminuta mano de la infancia
y los enseñaba canciones para entonar la música de las rondas...
Queríamos porque si..
No nos culpábamos de nada ni buscábamos culpables.
Éramos blancos, íntegros y nuestros.
Nos asombrábamos de la maravilla de un flor, de los ojos fosforescentes de los gatos en las noches, de los bichos de luz, de la voz de la madre anunciando la sopa caliente y los buñuelos, del padre fuerte y cansado regresando a la tarde del trabajo.
La vida era un abrigo tibio en el invierno y un aire azul por el que el cuerpo nuestro navegaba en el verano...
Un aire azul y un ángel... siempre un ángel.
¿Qué pasó después?
Amontonamos cifras , dimos nombres a los ríos y a las ciudades, dimos nombre a esa ternura natural que surgía de nosotros como un manantial interminable.
La llamamos amor y escogimos cuidadosamente a quienes podían recibirlo
a quienes podíamos aceptárselo.
Y aquel camino ancho, aquel camino llano se fue estrechando hasta transformarse en una callecita angosta, en un desfiladero por donde solo podemos pasar de uno en fondo, de uno en fondo y cada vez con menos equipaje.
Lo primero que dejamos fue el ángel, después los sueños, más tarde la ilusión, la fantasía y hasta la generosidad.
Cada vez más desconfiados empezamos a escrutar los ojos de quienes nos rodeaban a estudiar sus movimientos... ¿iban a acariciarnos o a golpearnos?
Nuestras alforjas se llenaron de inquietudes, de miedos, de vanidades de egoísmo.
Separamos lo nuestro de lo de los demás, pusimos un cerco para proteger nuestro lugar, bebimos ávidamente nuestra agua, comimos hambrientamente nuestro pan más del que nuestra hambre nos pedía, por las dudas de que alguna vez llegara a faltarnos y empezamos a llamar superfluas a cosas como los barriletes, las oraciones y los milagros..
Y ya el cielo no nos pareció tan grande ni la tierra tan inmensa ni tan valiente el hombre, ni tan tierno el pecho amigo, ni tan desinteresada la mano que se ofrecía a estrechar la nuestra.
Y defendiéndonos de los otros, los marginamos, pero la culpa es nuestra, porque miramos al hombre con su traje planchado y sus zapatos nuevos y su nombre completo olvidando que adentro de cada uno hubo un chico que jugó en el mismo jardín que un día tuvimos, un chico con un ángel igual al ángel que nos llevaba de la mano.
No quiero ser amarga solo quiero decirle que he sufrido como usted como todos, solo quiero decirle que estuve triste como usted como todos y de pronto me sentí encerrada, incapaz de dar un paso más, de reír, de ser feliz, completamente feliz..hasta hace un rato.

Hace un rato crucé por una plaza, no se por qué pasé junto a las hamacas y un chiquito me dijo: "hamáqueme fuerte, quiero tocar el cielo con los pies", me lo dijo sin preguntar mi nombre, sin preguntar si yo era buena sin preguntar cuanto dinero llevaba en mi cartera. Sólamente me dijo hamáqueme hasta el cielo y no se puso a calcular cuantos metros lo separaban del cielo.
¿Para qué? estaba allá , era azul, era ancho. También podía ser suyo... Tenía derecho a él.
Dejé mi cartera sobre la arena y lo hamaqué con todas mis fuerzas.
"Lo toco!" gritaba entusiasmado. "Lo toco ve?". Reía.
Y su risa era una cuchara tintineando en el cristal del aire.
Y mi risa era también una campana azul en el aire de enero.
Alguien a mi costado reía conmigo.
Reía en esta tarde, reía porque si.
Era el ángel...el ángel antiguo y vapuleado, el ángel de la infancia que por fin encontró un lugar libre junto a mi, y sin pedir permiso, se agarró de mi vestido, se zambulló en mi cuerpo y me ayudó a hamacarlo. En la mitad del día, en la mitad del dolor, quebrando la seriedad de nuestro oficio de adultos austeros, reconcentrados, grises, hay siempre un chico volando en una hamaca.
Un chico que somos nosotros mismos, queriendo tocar el cielo como sea.
Basta con detenerse a hacerlo.
Basta con agarrar su mano leve y decirle despacio las cosas más disparatadas y hermosas; que es lindo estar vivo, que el corazón no necesita un motor a chorro para tocar las nubes pues sube solo como el incienso de las bendiciones, si lo dejamos escapar un instante de la rutina.
La verdad es esa, simplemente esa cosa tan simple que de tan simple tenemos olvidada.

Cuando dejé la plaza en mi pecho reverberaba una fuente. Iba sonriendo. Algunos se detuvieron para mirarme y sonrieron también.
Creían que le sonreían a una muchacha sola y un poco loca que se reía por nada.
No sabían que también le estaban sonriendo a un ángel invisible que iba colgado de mi brazo.

Poldy Bird



Porque quiero tu cuerpo ciegamente.
Porque deseo tu belleza plena.
Porque busco ese horror, esa cadena
mortal, que arrastra inconsolablemente.

Inconsolablemente. Diente a diente,
voy bebiendo tu amor, tu noche llena.
Diente a diente, Señor, y vena a vena
vas sorbiendo mi muerte. Lentamente.

Porque quiero tu cuerpo y lo persigo
a través de la sangre y de la nada.
Porque busco tu noche toda entera.

Porque quiero morir, vivir contigo
esta horrible tristeza enamorada
que abrazaría, oh Dios, cuando yo muera.

Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuando
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser - y no ser - eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Blas de Otero –Ancia-







NOCTURNO DE LA ESTATUA


Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».



Dime donde vas pobre diablo
Dime si es que te han desheredado
Pues si menudos cabrones
Soy caballo sin establo
Oye me han echado del infierno
Dicen que es que me falta un pecado
Yo quise quedarme dentro, prometí estarme callado
Pero ni con mi silencio, ni siendo yo muy diablo
Demonios son mis temores, demonio es tanto llanto
Demonios en el mar de dudas, donde se asusta el espanto
Que el diablo es el olvido
Porque el olvido es chinarse las venas
Perder la primavera, buscar lo perdido
Quitarse lo muebles de la cabeza
Soñar que despiertas en un barco hundido
Yo me mantengo con el alma en vela
Quitándome las penas soñando contigo
Quemando mas leña, echándole mas tela
Probando el sabor de tu copa de vino
Demonio vente al infierno, vente donde yo te tenga al lado
Que el infierno es un oasis, en un desierto de llantos
Que el infierno solo te quema,
Cuando el fuego nunca te ha quemado
Y habiendo ardido piensas, ya no te hacen falta mantos
Que yo solo tengo mi hoguera
Vente que te, vente que te, vente que te,
Estoy esperando
Demonios son mis temores, demonio es tanto llanto
Demonios en el mar de dudas, donde se asusta el espanto
Que el diablo es el olvido
Porque el olvido es chinarse las venas
Perder la primavera a buscar lo perdido
Quitarse los muebles de la chaveta
Soñar que despiertas en un barco hundido
Yo me mantengo con el alma en vela
Quitándome las penas soñando contigo
Quemando mas leña, echándole mas tela
Probando el sabor de tu copa de vino
Porque el olvido es chinarse las venas
Perder la primavera
Buscar lo perdido
Quitarse los muebles de la quijotera
Soñar que despiertas en un barco hundido

El elfo del rosal


En el centro de un jardín crecía un rosal cuajado de rosas y en una de ellas, la más hermosa de todas, habitaba un elfo tan pequeñín que ningún ojo humano podía distinguirlo. Detrás de cada pétalo de la rosa tenía un dormitorio. Era tan bien educado y tan guapo como pueda serlo un niño, y tenía alas que le llegaban desde los hombros hasta los pies. ¡Oh, y qué aroma exhalaban sus habitaciones, y qué claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los pétalos de la flor, de color rosa pálido.

Se pasaba el día gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son lo que nosotros llamamos las nervaduras; para él eran caminos y sendas, ¡y no poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se había puesto el sol; claro que había empezado algo tarde.

Se enfrió el ambiente, cayó el rocío, mientras soplaba el viento; lo mejor era retirarse a casa. El elfo echó a correr cuando pudo, pero la rosa se había cerrado y no pudo entrar, y ninguna otra quedaba abierta. El pobre elfo se asustó no poco. Nunca había salido de noche, siempre había permanecido en casita, dormitando tras los tibios pétalos. ¡Ay, su imprudencia le iba a costar la vida!

Sabiendo que en el extremo opuesto del jardín había una glorieta recubierta de bella madreselva cuyas flores parecían trompetillas pintadas, decidió refugiarse en una de ellas y aguardar la mañana.

Se trasladó volando a la glorieta. ¡Cuidado! Dentro había dos personas, un hombre joven y guapo y una hermosísima muchacha; sentados uno junto al otro, deseaban no tener que separarse en toda la eternidad; se querían con toda el alma, mucho más de lo que el mejor de los hijos pueda querer a su madre y a su padre.

- Y, no obstante, tenemos que separarnos -decía el joven­. Tu hermano nos odia; por eso me envía con una misión más allá de las montañas y los mares. ¡Adiós, mi dulce prometida, pues lo eres a pesar de todo!

Se besaron, y la muchacha, llorando, le dio una rosa después de haber estampado en ella un beso tan intenso y sentido que la flor se abrió. El elfo aprovechó la ocasión para introducirse en ella, reclinando la cabeza en los suaves pétalos fragantes; desde allí pudo oír perfectamente los adioses de la pareja. Y se dio cuenta de que la rosa era prendida en el pecho del doncel. ¡Ah, cómo palpitaba el corazón debajo! Eran tan violentos sus latidos, que el elfo no pudo pegar el ojo.

Pero la rosa no permaneció mucho tiempo prendida en el pecho. El hombre la tomó en su mano y, mientras caminaba solitario por el bosque oscuro, la besaba con tanta frecuencia y fuerza, que por poco ahoga a nuestro elfo. Éste podía percibir a través de la hoja el ardor de los labios del joven; y la rosa, por su parte, se había abierto como al calor del sol más cálido de mediodía.

Se acercó entonces otro hombre, sombrío y colérico; era el perverso hermano de la doncella. Sacando un afilado cuchillo de grandes dimensiones, lo clavó en el pecho del enamorado mientras éste besaba la rosa. Luego le cortó la cabeza y la enterró, junto con el cuerpo, en la tierra blanda del pie del tilo.

- Helo aquí olvidado y ausente -pensó aquel malvado-; no volverá jamás. Debía emprender un largo viaje a través de montes y océanos. Es fácil perder la vida en estas expediciones, y ha muerto. No volverá, y mi hermana no se atreverá a preguntarme por él.

Luego, con los pies, acumuló hojas secas sobre la tierra mullida, y se marchó a su casa a través de la noche oscura. Pero no iba solo, como creía; lo acompañaba el minúsculo elfo, montado en una enrollada hoja seca de tilo que se había adherido al pelo del criminal mientras enterraba a su víctima. Llevaba el sombrero puesto, y el elfo estaba sumido en profundas tinieblas, temblando de horror y de indignación por aquel abominable crimen.

El malvado llegó a casa al amanecer. Se quitó el sombrero y entró en el dormitorio de su hermana. La hermosa y lozana doncella yacía en su lecho soñando con aquél que tanto la amaba y que, según ella creía, se encontraba en aquellos momentos caminando por bosques y montañas. El perverso hermano se inclinó sobre ella con una risa diabólica, como sólo el demonio sabe reírse. Entonces la hoja seca se le cayó del pelo, quedando sobre el cubrecamas sin que él se diera cuenta. Luego salió de la habitación para acostarse unas horas. El elfo saltó de la hoja y, entrándose en el oído de la dormida muchacha, le contó, como en sueños, el horrible asesinato, describiéndole el lugar donde el hermano lo había perpetrado y aquel en que yacía el cadáver. Le habló también del tilo florido que crecía allí, y dijo:

- Para que no pienses que lo que acabo de contarte es sólo un sueño, encontrarás sobre tu cama una hoja seca.

Y, efectivamente, al despertar ella la hoja estaba allí. ¡Oh, qué amargas lágrimas vertió! ¡Y sin tener a nadie a quien poder confiar su dolor!

La ventana permaneció abierta todo el día; al elfo le hubiera sido fácil irse a las rosas y a todas las flores del jardín; pero no tuvo valor para abandonar a la afligida joven. En la ventana había un rosal de Bengala; se instaló en una de sus flores y se estuvo contemplando a la pobre doncella. Su hermano se presentó repetidamente en la habitación, alegre a pesar de su crimen; pero ella no osó decirle una palabra de su cuita.

No bien hubo oscurecido, la joven salió disimuladamente de la casa, se dirigió al bosque, al lugar donde crecía el tilo, y apartando las hojas y la tierra no tardó en encontrar el cuerpo del asesinado. ¡Ah, cómo lloró, y cómo rogó a Dios Nuestro Señor que le concediese la gracia de una pronta muerte!

Hubiera querido llevarse el cadáver a casa, pero al serle imposible cogió la cabeza lívida, con los cerrados ojos, y besando la fría boca sacudió la tierra adherida al hermoso cabello.

- ¡La guardaré! -dijo, y después de haber cubierto el cuerpo con tierra y hojas, volvió a su casa con la cabeza y una ramita de jazmín que florecía en el sitio de la sepultura.

Llegada a su habitación, cogió la maceta más grande que pudo encontrar, depositó en ella la cabeza del muerto, la cubrió de tierra y plantó en ella la rama de jazmín.

- ¡Adiós, adiós! -susurró el geniecillo, que, no pudiendo soportar por más tiempo aquel gran dolor, voló a su rosa del jardín. Pero estaba marchita; sólo unas pocas hojas amarillas colgaban aún del cáliz verde.

- ¡Ah, qué pronto pasa lo bello y lo bueno! -suspiró el elfo. Por fin encontró otra rosa y estableció en ella su morada, detrás de sus delicados y fragantes pétalos.

Cada mañana se llegaba volando a la ventana de la desdichada muchacha, y siempre encontraba a ésta llorando junto a su maceta. Sus amargas lágrimas caían sobre la ramita de jazmín, la cual crecía y se ponía verde y lozana, mientras la palidez iba invadiendo las mejillas de la doncella. Brotaban nuevas ramillas y florecían blancos capullitos que ella besaba. El perverso hermano no cesaba de reñirle, preguntándole si se había vuelto loca. No podía soportarlo, ni comprender por qué lloraba continuamente sobre aquella maceta. Ignoraba qué ojos cerrados y qué rojos labios se estaban convirtiendo allí en tierra. La muchacha reclinaba la cabeza sobre la maceta, y el elfo de la rosa solía encontrarla allí dormida; entonces se deslizaba en su oído y le contaba de aquel anochecer en la glorieta, del aroma de la flor y del amor de los elfos; ella soñaba dulcemente. Un día, mientras se hallaba sumida en uno de estos sueños, se apagó su vida, y la muerte la acogió, misericordiosa. Se encontró en el cielo, junto al ser amado.

Y los jazmines abrieron sus blancas flores y esparcieron su maravilloso aroma característico; era su modo de llorar a la muerta.

El mal hermano se apropió la hermosa planta florida y la puso en su habitación, junto a la cama, pues era preciosa y su perfume una verdadera delicia. La siguió el pequeño elfo de la rosa, volando de florecilla en florecilla, en cada una de las cuales habitaba una almita, y les habló del joven inmolado cuya cabeza era ahora tierra entre la tierra, y les habló también del malvado hermano y de la desdichada hermana.

- ¡Lo sabemos -decía cada alma de las flores-, lo sabemos! ¿No brotamos acaso de los ojos y de los labios del asesinado? ¡Lo sabemos, lo sabemos! -y hacían con la cabeza unos gestos significativos.

El elfo no lograba comprender cómo podían estarse tan quietas, y se fue volando en busca de las abejas, que recogían miel, y les contó la historia del malvado hermano, y las abejas lo dijeron a su reina, la cual dio orden de que, a la mañana siguiente, dieran muerte al asesino.

Pero la noche anterior, la primera que siguió al fallecimiento de la hermana, al quedarse dormido el malvado en su cama junto al oloroso jazmín, se abrieron todos los cálices; invisibles, pero armadas de ponzoñosos dardos, salieron todas las almas de las flores y, penetrando primero en sus oídos, le contaron sueños de pesadilla; luego, volando a sus labios, le hirieron en la lengua con sus venenosas flechas.

- ¡Ya hemos vengado al muerto! -dijeron, y se retiraron de nuevo a las flores blancas del jazmín.

Al amanecer y abrirse súbitamente la ventana del dormitorio, entraron el elfo de la rosa con la reina de las abejas y todo el enjambre, que veníam a ejecutar su venganza.

Pero ya estaba muerto; varias personas que rodeaban la cama dijeron:

- El perfume del jazmín lo ha matado.

El elfo comprendió la venganza de las flores y lo explicó a la reina de las abejas, y ella, con todo el enjambre, revoloteó zumbando en torno a la maceta. No había modo de ahuyentar a los insectos, y entonces un hombre se llevó el tiesto afuera; mas al picarle en la mano una de las abejas, soltó él la maceta, que se rompió al tocar el suelo.

Entonces descubrieron el lívido cráneo, y supieron que el muerto que yacía en el lecho era un homicida.

La reina de las abejas seguía zumbando en el aire y cantando la venganza de las flores, y cantando al elfo de la rosa, y pregonando que detrás de la hoja más mínima hay alguien que puede descubrir la maldad y vengarla.


Hans Christian Andersen


" Cuando las gentes sabían de su pasado a través de los cuentos, explicaban su presente contándose cuentos, y predecían su futuro con cuentos, el mejor lugar de la casa junto al fuego, se le reservaba siempre al Cuentacuentos."



Miguel de Unamuno



En un cementerio de lugar castellano


Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego sobre esa siembra
¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!




Miguel de Unamuno
Poema del Alma
hi  UNA GRANDE SETTIMANA PER TUTTI I MIEI AMICI Shanghai (china) 2020 PROFUNDIDADE fata GERARCHIA ANGELICA Biomechanoid 75 Amo ) Luna L' ANIMA SI E' VESTITA dedicato a F. PESSOA (F. TOCCI)